viernes, 23 de mayo de 2014

Como ningún gobernante lo advirtió antes, el fútbol es un activador de cohesión social



El Sport Boys de Warnes ha concretado su primer fichaje con miras a la temporada 2014-2015. Un futbolista próximo a cumplir los 55 años y que hasta hace unas horas estaba registrado por el club Litoral de La Paz. Se trata de Evo Morales Ayma, que seguramente ya formará parte de los desvelos tácticos del entrenador del equipo, Néstor Clausen, para más datos, jugador argentino campeón del mundo en México 86. ¿Algunos todavía creen que se trata de una broma? Este columnista asegura todo lo contrario, pues si hay algo que le permitirá al Presidente de Bolivia cumplir con un sueño perteneciente a la etapa infanto-juvenil de su vida es jugar al fútbol profesionalmente aunque solo sea por unos cuantos minutos.

Jugar a las guerras espaciales inculcadas a través de los juegos electrónicos (play station, X-Box, nintendo) y sus incontables variantes gestadas desde la maquinaria del imperialismo cultural es una prioridad para los niños y niñas de las ciudades, sometidos voluntaria y dócilmente a un torcido formato de enseñanza de la libertad, la paz y la justicia, todo esto a partir del estímulo enajenante de ganar, ganar y ganar, ese objetivo mundano en sí mismo que tantas tragedias ha generado en la historia de la humanidad.

A diferencia del encapsulamiento lúdico al que conduce la maquinaria virtual, son los juegos cuerpo a cuerpo los que se practican y aprenden a partir del dominio de una destreza con juguetes callejeros como un balón, ese que según Diego Maradona “no se mancha” por más manoseado que sea en estos tiempos de haber convertido al fútbol en una industria del espectáculo televisivo, y que a pesar de su mundialización y masificación mediatizada, sigue felizmente sustentado en la inteligencia y capacidad psicomotriz de sus jugadores.

El fútbol para ser fútbol será siempre, en primer lugar, un juego y gracias a esa su primigenia razón de ser, estará en condiciones de preservar sus valores simbólicos, esos que evitarán su desnaturalización que son honrados gratuitamente, sin otra gratificación que el disfrute por practicarlo, por cultores como Evo Morales Ayma que juega todos los partidos posibles junto a sus compañeros del Palacio Quemado, por todo lo que no pudo en sus primeros años de vida porque la pobreza, las carencias, la lejanía del pueblo que lo vio nacer y las prioridades de sobrevivencia de su familia así lo dictaban.

Evo puede ser un futbolero cuando acude al Hernando Siles para ver a la selección o al Bolívar, pero es primero un futbolista. Prefiere estar en la cancha que en las graderías, le interesa correr, patear la pelota y en lo posible convertir goles en lugar de protestar desde el palco presidencial por un mal fallo arbitral. Fiel a su raigambre sindical donde lo organizativo ha sido clave para su ascendente carrera política, además de jugar y querer ganar con la inocencia de un niño luchador al que le indigesta perder, ha generado la construcción de campos de juego por todas partes de Bolivia con la fácilmente instalable tecnología del césped sintético.

Como ningún gobernante lo advirtió debidamente antes, el fútbol es un activador de cohesión social que en ese sentido se manifiesta con especial énfasis en las zonas rurales, allí donde la cancha es tan importante como la plaza principal o la iglesia del pueblo, porque es en el campo de juego donde los habitantes de una comunidad comparten, compiten, juegan, ganan, pierden, empatan, danzan y farrean. Por eso el fútbol es política, el fútbol es sociedad, pero para volver a la idea inicial es la esencial necesidad de vivir la infancia a plenitud, porque jugar es lo más importante para niñas y niños, para mujeres y hombres, tal como lo hacen esas formidables cholas paceñas que descalzas y empolleradas arman unos partidazos en plena aridez andina.

Evo está jugando todos los partidos que en su infancia probablemente no pudo jugar. Evo está haciendo canchas y coliseos para todos los chicos y chicas que en lugar de hipnotizarse con los juegos electrónicos prefieren desplazarse a campo abierto con un balón. Le falta pensar cómo hará para llenar esos verdes territorios con posibilidades de transformarse en sitios bien utilizados por profesores y entrenadores, porque al talento del que juega fútbol hay que agregarle formación y aprendizaje, aspecto en el que los futboleros de Bolivia tenemos la obligación de concientizarlo ahora que ha sido transferido del Litoral de La Paz al Sport Boys de Warnes, Santa Cruz, para jugar en el próximo torneo de la Liga del fútbol boliviano.

Con el anuncio hecho por Mario Cronenbold, alcalde de Warnes, presidente de Sport Boys, y otrora conocido barrabrava de Blooming, la participación de Evo Morales en la escuadra azul de la ciudad industrial cruceña ha sido oficializada, lo que debe tener algo aturdido a su entrenador, Néstor Clausen, que en principio pensó que solo se trataba de una movida marketera.

Nada de eso y aunque es previsible anticipar que Evo tendrá que ganarse el puesto, es muy probable que su tardía carrera pueda comenzar en el banco de suplentes, de eso no hay dudas, aunque hasta el cierre de esta columna no haya dicho nada acerca de los preparativos que debe encarar si quiere ser un futbolista profesional como Dios manda.

Evo Morales es jugador de un equipo de primera división, sueño nacido en una infancia postergada que podría costarle una rotura de ligamentos si se toma las cosas como suele tomárselas en todos los órdenes relacionados con su vida pública, desde sus comienzos como músico de la Banda Imperial de Oruro hasta presidente del G77+China. Los que todavía no lo crean, ténganlo por seguro, el presidente Evo se va a dar el gusto de jugar aunque sean diez minutos en algún partido oficial del equipo oriental, y nadie osará detener esa ilusión que podrá cumplir gracias al ingenio de un alcalde cruceño enrolado en las filas del partido gobernante.

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